Era una soleada tarde de verano, justo antes de las vacaciones.
Mia y Lidia estaban tumbadas en la playa, descansando. Habían terminado los
exámenes y lo que más les apetecía ahora era hacer nada, así que habían cogido
las toallas y estaban en la playa contemplando silenciosamente el mar y
escuchando las olas romper suavemente. De vez en cuando, se oía a los niños
gritar.
Mia se giró hacia su amiga, quien dormitaba con unas gafas de
sol puestas y las manos tras la cabeza.
-¿Con ganas de que llegue? -Le preguntó.
Lidia sonrió.
-Si tu supieras...
Mia sonrió también, e imitó la postura de su amiga. Mirando las
nubes pasar despacio pensó sobre el verano. «No queda mucho, pero aun así no
puedo esperar a que llegue.» Pensó.
Su amigo Raúl escogió ese momento para llegar y tirar su mochila
encima de ellas, quienes soltaron un gritito.
-¿Cuanto falta para que llegue? -Preguntó sonriente.
-Poco -respondió Lidia- pero aun así es demasiado, ¿no creéis?
Los dos asintieron.
-Celebremos su llegada con un baño -dijo Raúl quitándose la
camiseta y quedándose en bañador -. El último que llegue a la Roca Oso
paga.
Los tres salieron corriendo hacia el mar, contando los días para
que su amiga llegara. El verano estaba a punto de empezar.
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